Su vecina de toda la vida se dio cuenta de que Antonia ya no era la misma. Comenzó a atesorar cosas que recogía por la calle y cada vez parecía menos interesada en las personas. Después de años de charlas en el descansillo o sentadas en la cocina, se limitaba a abrirle la puerta con cautela, sin quitar la cadena, y a recoger los 'tupper' de comida que le dejaba en el felpudo. Así hasta que pasó una temporada sin verla, ni siquiera a retazos, y avisó al Ayuntamiento preocupada, pensando que estaba enferma. Los servicios sociales la llamaron y no se puso al teléfono. Tampoco respondió a la carta que le enviaron ni les abrió la puerta cuando acudieron en el día y la hora señalados. «No necesito nada», le oyeron decir.
Eso no fue una sorpresa para las trabajadoras sociales. En los casos de trastorno de acumulación y síndrome de Diógenes la primera meta es cruzar el umbral, invadir la intimidad de una persona que ha dejado de cuidar de sí misma. Con Antonia franquearon esta barrera gracias a su vecina y después de varios intentos. Primero abrió la puerta con la cadena. Luego pudieron ver el pasillo lleno de periódicos, la habitación donde amontonaba ropa, la de los cachivaches. «Colchones, sombreros, montones de zapatos...», recuerdan. Tenía el olor rancio de las casas tristes, pero no era de las peores que se habían encontrado. Al menos, no acumulaba basura. No había comida en descomposición, aunque tampoco en la nevera. Cuando lograron llegar hasta su dormitorio, después de varias visitas, encontraron en la mesilla informes del hospital en los que le diagnosticaban un cáncer bastante avanzado. Su amiga tenía razón; estaba muy enferma. Ingresó en un centro sanitario y consiguieron localizar a un familiar que vivía lejos, pero viajó a Bilbao para estar con ella.
Cada vez hay más personas mayores y menos vecinas como la de Antonia, un nombre ficticio para una historia real. El Ayuntamiento de Bilbao ha identificado 25 casos de síndrome de Diógenes. Un dato considerado de «baja incidencia» para las dimensiones de la ciudad, aunque es consciente de que hay más dramas escondidos detrás de las puertas y, sobre todo, de que aumentarán en el futuro. «El problema va a ir a más por el envejecimiento de la población y porque las relaciones familiares y con los vecinos se están haciendo más débiles», afirma el concejal de Acción Social, Ricardo Barkala. «Es gente que está en una situación lamentable y no podemos tirar la toalla en ninguno de los casos. Es un riesgo para todos, no sólo para la persona que lo sufre», enfatiza.
Por eso han lanzado un programa específico para reforzar la asistencia a los afectados y tratar de prevenir las situaciones de desamparo que les llevan a enfermar de soledad. El Consistorio ha contratado a una educadora y una trabajadora social que ya han completado la primera fase del programa: un informe exhaustivo sobre la incidencia del síndrome de Diógenes en Bilbao. De los 25 casos contabilizados, nueve han salido a la luz por denuncias de los vecinos que soportan malos olores. Las otras dos vías más habituales son las urgencias hospitalarias y los incendios en viviendas que destapan las miserias cotidianas. Los voluntarios de la DYA dieron la voz de alarma el pasado mes de septiembre cuando acudieron a atender a una señora del Casco Viejo que había sufrido una caída y la encontraron sumida en el abandono, durmiendo en una silla porque tenía la cama llena de trastos y bolsas de ropa. A pesar del dolor, se negó a ir al hospital, aunque más adelante ingresó en una residencia.
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